30/7/14

Logsamp rampa

El segundo audio es de sumo interés para entender como funcionamos.



TEXTO PARA AUTOHIPNOTIZARSE

Después de apagadas todas las luces, excepto una pequeña lamparíta sobre los ojos, debemos acostarnos

en la cama en la posición más cómoda posible. Por unos breves instantes tenemos que permanecer quietos,
respirando lo más acompasadamente posible y dejando vagar nuestras ideas. Entonces, poco después de un
minuto o un par de divagación, concentrémonos en nosotros mismos y decidamos resueltamente que tenemos
"
" que distendemos. Digámonos a nosotros mismos que tenemos que distender todos los músculos de nuestro
cuerpo. Pensemos en los dedos de nuestros pies; concentrémonos en ellos. Es preferible empezar por el dedo
del pie situado más a la derecha. Imaginémonos que nuestro cuerpo es una ciudad grande; imaginémonos que
tenemos poca gente ocupando cada celda de nuestro cuerpo, o absolutamente nadie. Estas pocas personas se
ocupan de nuestros músculos o tendones, y de quien se preocupa de las necesidades de dichas celdas y que
provoca en ellas el hormigueo de la vida. Pero ahora deseamos distendemos; no necesitamos todos estos
pequeños personajes rezongantes que nos distraigan con sus zumbidos, ora aquí, ora allá. Concentrémonos
primero en los dedos del píe derecho y ordenemos a estos pequeños personajes que se callen y estén quietos;
después hacedlos subir por el pie, luego por el empeine, luego por el tobillo; después, arriba por las pantorrillas
subiendo hasta la rodilla.
Detrás de estos personajillos, vuestro pie derecho se hallará distendido, sin vida, completamente relajado
porque en él no hay nadie ni nada que le haga sentirse, habiéndose alejado todos los pequeños personajes y
abandonado vuestro pie.
Vuestra pantorrilla derecha se halla relajada, ninguna sensación hay en ella; vuestra pierna derecha, en
realidad, se encuentra inerte, embotada, sin sensación alguna, relajada del todo. Haced marchar a los
pequeños habitantes, todo el camino ascendente hasta vuestro ojo derecho, y aseguraos de que el policía
destacado por aquel camino ponga, a través de la carretera, unas barreras para que nadie pueda colarse hacia
atrás. Vuestra pierna derecha, pues, desde los dedos del pie hasta la cadera se halla completamente relajada.
Aguardad un momento, aseguraos que es así. Y entonces ocupaos de la pierna izquierda. Imaginaos, si os
gusta, que ha sonado la sirena de una fábrica y que todos los trabajadores salen de prisa del trabajo,
abandonando sus máquinas en busca del descanso del hogar. Imaginad también que allí les aguarda una bien
guisada cena. Dadles prisa para que se marchen por el empeine del pie, por el tobillo, a lo largo de la
pantorrilla hacia la pierna. Después de esto, los dedos del pie izquierdo, el pie y la parte baja de la pierna
estarán relajados del todo, como si ya no fuesen vuestros.
Haced caminar a todo este personal arriba por la rodilla, así como con el pie derecho. Como en el caso
anterior, procurad que un guardián vaya poniendo vallas para que nadie se escape otra vez hacia abajo.
¿La pierna izquierda está del todo relajada? Aseguraos de ello. Si todavía no lo está, dad las órdenes que
precisen a los hombrecillos, hasta que consigáis que ambas piernas se hallen desiertas, al igual que una
fábrica vacía, donde todos se han ido a sus casas, y no queda nadie que pueda estorbar o meter ruido.
Vuestras piernas se encuentran relajadas. Ahora, practicad lo mismo con vuestra mano y brazo derechos y el
brazo y la mano izquierdos. Enviad a todos los trabajadores a fuera, que se marchen como un rebaño de
ovejas moviéndose deprisa cuando un perro conocedor de su oficio las acorrala. Vuestros propósitos son los
de expulsar a vuestros hombrecitos de los dedos, de la palma de la mano, de la muñeca, del antebrazo, más
allá del codo; hagámoslos marchar, que se vayan, necesitamos relajarnos, ya que si lo llegamos a lograr nos
veremos libres de toda distracción y libres de todas las sensaciones corporales, podremos abrir la cerradura de
nuestro subconsciente y entonces seremos dueños de poderes y de conocimientos que suelen concederse
normalmente al ser humano. Vosotros debéis tomar vuestra parte en la tarea, tenéis que expulsar a los
hombrecillos fuera de vuestros miembros corporales, moviéndolos, echándolos del cuerpo.
Una vez se haya obtenido dejar nuestras piernas y brazos completamente relajados, como si se tratase de un
poblado vacío cuando todo el mundo se ha marchado para ir a ver un partido local, haced lo propio con vuestro
cuerpo. Vuestras caderas, vuestra espalda, el estómago, el pecho, absolutamente todo. Estos minúsculos
habitantes ahora os estorbarían. Pese a que os son necesarios para conservar la vida dentro de vosotros, en la
ocasión presente tenéis que darles vacaciones Continuad empujándoles, ponedlos en marcha a lo largo del
Cordón de Plata, expulsadlos de vuestro cuerpo; libraos de su influencia irritante; entonces os veréis relajados
del todo, por completo, y experimentaréis una paz interior que jamás hubieseis creído posible.
Con todos esos pequeños personajes encaminados por el Cordón de Plata, y vuestro cuerpo vacío —
drenado de estas gentes minúsculas —, aseguraos que haya guardianes situados al cabo de dicha Cuerda, de
modo que ningún duendecillo pueda colarse y crear molestias.
Respirad, luego, muy hondo; aseguraos de que es un lento, profundo y satisfactorio respiro. Aguantad la
respiración durante unos segundos, y dejadla salir, poco a poco, en unos cuantos segundos más. No tiene que 84
haber ningún esfuerzo, tiene que ser fácil, cómodo y natural.
Repetid la operación. Respirad profundamente, con un hondo, lento y satisfactorio respirar. Aguantadlo por
unos segundos y oiréis que vuestro corazón late en vuestro pecho:
«bum, bum, bum», dentro de vuestros oídos. Entonces soltad la respiración muy poco a poco. Decíos a
vosotros mismos que tenéis el cuerpo completamente relajado, que os sentís agradablemente ligeros y a
vuestras anchas. Decíos a vosotros mismos que cada músculo, dentro vuestro, se halla distendido; los
músculos del cuello flexibles, sin tensión dentro de vosotros; sólo soltura, comodidad y relajación en vuestro
interior.
Vuestra cabeza cada vez os pesa más. Los músculos de vuestro rostro ya no os preocupan. No hay tensión;
estáis relajado y tranquilo.
Contempláis vuestros pies distraídamente, así como vuestras rodillas y caderas. Decíos a vosotros mismos,
qué placer es el de sentirse tan distendido; sin experimentar ninguna tirantez sin nada de tensión en los brazos,
el pecho ni la cabeza. Permanecéis tranquilos y cómodos por completo, y cada parte, cada músculo, cada
nervio y tejido de vuestro cuerpo está completa y plenamente relajado.
Tenéis que cercioraros de que os encontráis absolutamente relajados antes de hacer el menor ejercicio de
autohipnosis, porque sólo la vez primera vez o ésta y la segunda pueden causaros una sombra de duda.
Después que lo habréis practicado una o dos veces, todo os parecerá tan natural, tan sencillo, que os
extrañaréis de no haberlo practicado con anterioridad. Id con cuidado esas dos veces primeras, despacio — no
hay necesidad de ninguna prisa —; habéis vivido toda vuestra vida sin conocer el estado hipnótico, que unas
cuantas horas de más o de menos no tienen ninguna importancia. Hacedlo cómodamente, sin esfuerzos, no os
obstinéis, porque una obstinación por vuestra parte facilitaría las dudas, vacilaciones y la fatiga muscular, que
dificultarían la consecución de vuestro objeto.
En el caso de que encontréis que una de las partes de vuestro cuerpo no se halla relajada, prestad una
atención particular al caso. Imaginaos que hay en aquella parte de vuestra persona unos trabajadores
extraordinariamente conscientes que tienen que terminar un trabajo específico antes de que se acabe el día.
En tal caso. instadlos a marcharse. No hay trabajo más importante que el que estáis realizando. Es
indispensable que os relajéis, para vuestro bien y el de aquellos « trabajadores».
Entonces, cuando estéis bien seguros de que estáis relajados por todo el cuerpo, levantad vuestra mirada, de
forma que podáis ver aquella pequeña lamparita de neón brillando casi exactamente sobre vuestra cabeza.
Levantadlos, de manera que se produzca una ligera tensión en los ojos y los párpados cuando miréis la luz.
Continuad mirando la lucecita; es una delicada, pequeña mancha de luz; os hará caer en somnolencia. Dedos
a vosotros mismos que necesitaréis cerrar los ojos cuando habréis contado hasta diez. Contad así: «Uno, dos,
tres (mis ojos se sienten cansados). Cuatro. (Sí; siento que me duermo.) Cinco (apenas puedo tener los ojos
abiertos). Y por este camino llegaréis hasta nueve. (Mis ojos se cierran fuertemente.) Diez (mis ojos se cierran
absolutamente; no puedo abrirlos)».
El objeto de todas estas operaciones es que necesitáis establecer un definitivo reflejo condicionado, de
manera que en futuras sesiones de autohipnotismo no se os presente la menor dificultad, ni os sea preciso el
perder tiempo en todo este proceso de relajamiento. Todo cuanto os será preciso se reducirá a contar, e
inmediatamente os quedaréis dormido en un estado hipnótico. Éste es el objeto que tenemos que procurar
alcanzar.
En la práctica, algunas personas experimentarán algunas dudas, y sus ojos no querrán cerrarse al contar
diez. Mas, no hay por qué preocuparse, ya que, si vuestros ojos no quieren cerrarse voluntariamente, entonces
no hay más que cerrarlos deliberadamente como si estuvieseis por voluntad propia en estado hipnótico.
Obrando de esta manera se establecen las bases del futuro reflejo condicionado. Y esto es lo esencial.
En resumen, tenéis que decir algo por el estilo — las palabras no deben ser exactamente las mismas —.
Damos la fórmula aproximada:
«Cuando habré contado hasta diez, mis párpados deberán sentirse muy pesados y mis ojos, fatigados.
Tendré que cerrar mis ojos, y después de haber contado hasta diez no los volveré a abrir por nada de este
mundo. En el momento en que mis ojos se cierren, tendré que caer en un estado de absoluta autohipnosis.
Tengo que permanecer consciente, conocer y escuchar cuanto acontece, y estar capacitado para controlar mi
mente subconsciente como me sea preciso.»
Entonces, hay que contar como dijimos antes: «Uno-dos:
Mis párpados me pesan extraordinariamente; mis ojos se cansan. Tres: Me cuesta el tener mis ojos abiertos.
Nueve: No puedo tenerlos abiertos. Diez: Mis ojos están cerrados y yo, en estado de autohipnotismo.»
Nos vemos obligados a poner punto final a esta lección, por su misma importancia. Tenemos que terminarla,
para que los discípulos tengan más tiempo de dedicarse a las prácticas. Si extendiésemos más esta lección,
dedicaríamos demasiado tiempo a la lectura, y poco a la tarea de asimilar sus nociones. De modo, ¿que vais a
estudiarla insistentemente? Os aseguramos encarecidamente que si os aplicáis en asimilarla y en practicarla,
obtendréis seguramente más que maravillosos resultados. 


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